La vez en el aeropuerto de Moscú


Pasar por el aeropuerto de Moscú, en Rusia, fue muy divertido... Bueno, ahora lo veo así pero en su momento fue literalmente toda una carrera.

Fue durante un viaje de trabajo en el que debía asistir a dos ferias internacionales de negocios, la primera en París, Francia y la siguiente en Cantón, China, con escala en Moscú... ¡Obvio!... Ah no, no suena tan obvio o lógico, sin embargo fue la opción más económica que mi oficina encontró para trasladarme de una actividad a la otra.

Viajaba yo sola de París a Cantón, con escala en Moscú y luego en Beijing. Llevaba mi equipaje de mano y una maleta grande registrada en el compartimento de carga. Mi maleta tuvo otra suerte, por cierto, llegó a Cantón tres días después que yo... pero al menos lo logró y completa. De regreso se volvió a extraviar... pero esa es otra historia.

En mi mente la expectativa de llegar a Moscú era la de poder apreciar a través de mi ventana en el avión, algunas edificaciones tradicionales de la arquitectura rusa con sus cúpulas de colores tan pintorescas, que no he conocido en persona. La realidad fue otra, como suele suceder, y lo único que pude ver fue una súper espesa capa de nubes como nunca había visto antes... era como estar dentro de un algodón sumamente blanco, eso me impresionó. Y no vi absolutamente nada, ni siquiera la pista de aterrizaje.

Otra idea que tenía era la comprar una camiseta que dijera Moscú o algo en ruso, ya que en esa época era uno de mis propios souvenirs favoritos, o un llavero, enviar a casa una tarjeta postal, talvez alguna muñeca Matroshka o algo así. Tampoco sucedió. Nisiquiera tuve tiempo de sacar mi cámara y tomar alguna foto. Nada. Tan solo correr.

El idioma fue innecesario. Yo les hablaba en inglés, lo usual al viajar en lugares diferentes a los hispanoparlantes, y ellos me hacían señas, de alguna forma nos entendimos.

Al salir del avión me hicieron esperar sentada y no comprendí lo que pasaba, traté de preguntar pero me volvieron a sentar. Luego de que revisaron los pases de abordar y pasaportes de quienes bajamos del avión, una señorita me pidió por señas que la siguiera.

Acto seguido corrí detrás de ella de un lado a otro del aeropuerto y me dejó en la fila de mi siguiente vuelo, que ya estaba abordando. Pasamos entre tiendas, restaurantes y lugares que no parecían puertas de abordaje.

Nunca he comprendido como lograba caminar tan rápido y ¡en tacones!, mientras yo trataba de moverme con la misma velocidad pero no lograba seguirle el ritmo y tuve que correr, literalmente. Ella simplemente volteaba a ver para asegurarse de que yo aún estuviera tras ella.

No tuve tiempo ni de ir al baño, ni tomar agua, mucho menos de ver o comprar algo, ninguna camiseta ni Matroshka. Nada. Tan solo correr.

Quien vaga encuentra nuevos senderos

"Solo quien vaga... encuentra nuevos senderos".
Proverbio noruego




Locación de la fotografía: Bratislava, Eslovaquia. Y esa soy yo junto a la escultura.

La Casa de Ana Frank

El Diario de Ana Frank fue uno de los primeros libros, que leí en mi adolescencia, que llegó profundamente a mi ser interior y aún es uno de mis libros favoritos. 




Lo compré inicialmente como regalo para mi mejor amiga en mis tiempos del colegio, Caro, pero me cautivó desde la primera ojeada, así que me lo dejé y compré otro para el obsequio adeudado (cumpleaños o Navidad, no recuerdo).

Al saber que iba a estar algunos días en Amsterdam, estuve revisando los lugares de interés de la famosa ciudad holandesa y me encontré con el sitio en el cual trascurre el relato de su diario.

Para quienes no están familiarizados con su historia, Ana Frank es una de la víctimas más famosas del Holocausto, una niña. La familia Frank era judía en la época de la II Guerra Mundial en la que Hitler pretendía eliminarlos; fueron escondidos en un anexo secreto, una especie de ático, la "habitación de atrás" (o más bien, la casa de atrás, ya que eran varias habitaciones distribuidas en tres pisos), en la trastienda del negocio familiar, con la ayuda de algunos colaboradores allegados.

Su familia estuvo oculta por dos años en ese refugio, hasta que alguien los delató y fueron llevados a campos de concentración. Solo sobrevivió su padre y fue quien posteriormente logró la publicación del diario de su hija, así como la conservación de aquel edificio, en donde se encuentra, abierto al público desde 1960, La Casa de Ana Frank, actual museo.

Así que fuimos ahí... a la casa de atrás... a los sencillos y pequeños cuartos, con escaleras estrechas y muy empinadas, en las que Ana escribió sobre su cotidiano vivir, el transcurrir durante ese par de años en que estuvieron simplemente sobreviviendo a su existir, desde sus cortos 13 a 15 años de vida.

El diario había sido un regalo de cumpleaños, justamente el mes antes de su obligado escondite.

Ciertamente sucesos tristes, como todos dentro de una guerra, sin embargo la perspectiva de Ana, tan íntima, nos lleva a visualizar en sus narraciones una dura realidad que muchas veces se desconoce o se cubre de invisibilidad, el testimonio de quienes viven un combate en la línea frontal.

Al llegar, Vic y yo hicimos fila para el ingreso mientras que Pili decidió quedarse en la tienda de souvenirs, ya que el hecho y el lugar le suscitaban tristeza en demasía, sensación que no estaba dispuesta a experimentar.

Aunque ya no se ingresa por la estantería giratoria, la que usaron originalmente Ana y su familia, siempre da la sensación de encierro, de un sitio pequeño y sin ventanas al exterior. Fotos de su época, una maqueta de la casa original, el mismísimo diario a puño y letra de Ana, nos ayudan a darnos una mejor idea de la utilización que se dio al espacio.

El lugar me impresionó no sólo por el hecho histórico sino por el mismo relato, palpable, que me hace sentir cercana, en la lectura de las páginas de una muchachita que recién empezaba a crecer, su vida cotidiana en una situación tan particular, que jamás imaginó la fama que llegaría a obtener.

Sus memorias la inmortalizan, su tragedia es la misma que muchas otras personas también pasaron pero nos la cuenta en primera persona, en la vida real, un recuerdo que no se borra de la memoria universal.

Un lugar que toca las fibras del corazón, La Casa de Ana Frank.

Come bien, viaja a menudo

"Eat well, travel often" Amen! / "Come bien, viaja a menudo". ¡Amén!




Locación de la fotografía: jardines del Castillo de Gruyere, Suiza.

Al sazón de India

India se pone picante... y hay que tomarle sabor.



Siempre es mejor leer o estudiar un poco sobre el destino antes de visitarlo y que bueno que lo había hecho, ya que eso me ayudó a estar preparada.

India es muy diferente de cualquier otro lugar en el que haya estado, también es increíble y muy diversa, incluyendo su gastronomía.


Sabía que me iba a encontrar con un paisaje bastante desagradable a la vista al salir del aeropuerto en Mumbai (Bombai) y así fue... Hay basura acumulada por todas partes, construcciones a medio terminar que ya están habitadas (o a medio caerse, no lo sé), mucha gente transitando las calles, un mar de vehículos con un sinsentido de organización (al menos a mis ojos) y la comida es sumamente picante, con muchas especies o condimentos, aunque ellos insisten en que no pica.

Pero en fin... "al lugar que fueres, has lo que vieres" reza el refrán y en definitiva hay que seguir esta forma de pensamiento para llegar a su sabor.


Cada día la comida era una sorpresa, tan vasta como su territorio, hay gran variedad y siendo que su dieta es básicamente vegetariana (y yo casi vegana) pues no tenía que preocuparme mucho por saber lo que en realidad estaba en mi plato.


Hay muchas opciones y con muchas quiero decir que realmente excede a lo ordinario.


Gran cantidad de opciones con garbanzos y leguminosas, con soya, con lácteos, frutas tropicales (normales para mí por ser de un país en similar latitud) como piña, papaya, sandía y banano (plátano).


Thali, es una de las comidas más típicas para el almuerzo y aprovechamos una oferta "sin fondo" (para comer todo lo que puedas), con la cual te vuelven a llenar el plato constantemente.


Se trata de un platillo variado, te sirven varias tacitas o pequeños tazones, sobre una bandeja redonda u ovalada y en cada tacita te colocan algo diferente, en su mayoría el contenido es líquido o cremoso, así que se acompaña con pan o arroz. Los sabores tienden a ser también variados, algo dulce, algo salado, algo ácido (amargo), algo agrio, algo picante (aunque a mi paladar todo picaba).


Las tacitas están alineadas al borde de la bandeja y en el centro te colocan algunas especies como variedad de curris que son una gran especialidad india y pan (diferente a lo que una conoce como tal y más bien uno estilo chapata).


Otro opción normal en el caso del desayuno es el Poori Bhaji (que suena: puri-yabi), que consta de dos parte, Poori es una torta de harina, aplanada y redonda, que al ser frita se infla y queda hueca. Usualmente debe hacerse un agujero primero (y lo más común es simplemente meter un dedo y quebrar la superficie) en la capa superior, para luego rellenar con la otra parte, Bhaji, al momento de comer, que es un hecho de papa con especies.


Y también el Paratha es muy usual para el desayuno. Es un plan delgado y redondo hecho de harina de trigo, que se hace por medio de la técnica de laminado, es decir con muchas láminas o capas


Es usual encontrar estas opciones como meriendas en las ventas callejeras.


Y por supuesto, la bebida a probar es el Chai (té chai), que también tiene especies y es picoso.


Si es como yo y no aguanta mucho picante, le cuento que va necesitar agua o terminará sintiendo los labios hinchados al mejor estilo de boca de pato para un selfie o de sonrisa seria de Angelina Jolie.