El Diario de Ana Frank fue uno de los primeros libros, que leí en mi adolescencia, que llegó profundamente a mi ser interior y aún es uno de mis libros favoritos.
Lo compré inicialmente como regalo para mi mejor amiga en mis tiempos del colegio, Caro, pero me cautivó desde la primera ojeada, así que me lo dejé y compré otro para el obsequio adeudado (cumpleaños o Navidad, no recuerdo).
Al saber que iba a estar algunos días en Amsterdam, estuve revisando los lugares de interés de la famosa ciudad holandesa y me encontré con el sitio en el cual trascurre el relato de su diario.
Para quienes no están familiarizados con su historia, Ana Frank es una de la víctimas más famosas del Holocausto, una niña. La familia Frank era judía en la época de la II Guerra Mundial en la que Hitler pretendía eliminarlos; fueron escondidos en un anexo secreto, una especie de ático, la "habitación de atrás" (o más bien, la casa de atrás, ya que eran varias habitaciones distribuidas en tres pisos), en la trastienda del negocio familiar, con la ayuda de algunos colaboradores allegados.
Su familia estuvo oculta por dos años en ese refugio, hasta que alguien los delató y fueron llevados a campos de concentración. Solo sobrevivió su padre y fue quien posteriormente logró la publicación del diario de su hija, así como la conservación de aquel edificio, en donde se encuentra, abierto al público desde 1960, La Casa de Ana Frank, actual museo.
Así que fuimos ahí... a la casa de atrás... a los sencillos y pequeños cuartos, con escaleras estrechas y muy empinadas, en las que Ana escribió sobre su cotidiano vivir, el transcurrir durante ese par de años en que estuvieron simplemente sobreviviendo a su existir, desde sus cortos 13 a 15 años de vida.
El diario había sido un regalo de cumpleaños, justamente el mes antes de su obligado escondite.
Ciertamente sucesos tristes, como todos dentro de una guerra, sin embargo la perspectiva de Ana, tan íntima, nos lleva a visualizar en sus narraciones una dura realidad que muchas veces se desconoce o se cubre de invisibilidad, el testimonio de quienes viven un combate en la línea frontal.
Al llegar, Vic y yo hicimos fila para el ingreso mientras que Pili decidió quedarse en la tienda de souvenirs, ya que el hecho y el lugar le suscitaban tristeza en demasía, sensación que no estaba dispuesta a experimentar.
Aunque ya no se ingresa por la estantería giratoria, la que usaron originalmente Ana y su familia, siempre da la sensación de encierro, de un sitio pequeño y sin ventanas al exterior. Fotos de su época, una maqueta de la casa original, el mismísimo diario a puño y letra de Ana, nos ayudan a darnos una mejor idea de la utilización que se dio al espacio.
El lugar me impresionó no sólo por el hecho histórico sino por el mismo relato, palpable, que me hace sentir cercana, en la lectura de las páginas de una muchachita que recién empezaba a crecer, su vida cotidiana en una situación tan particular, que jamás imaginó la fama que llegaría a obtener.
Sus memorias la inmortalizan, su tragedia es la misma que muchas otras personas también pasaron pero nos la cuenta en primera persona, en la vida real, un recuerdo que no se borra de la memoria universal.
Un lugar que toca las fibras del corazón, La Casa de Ana Frank.