En parapente en los Alpes Suizos

La vez en parapente fue muy emocionante. Estaba viviendo en los Alpes Berneses en Suiza, mientras trabajaba como voluntaria de verano en Kandersteg, un pueblito coqueto y lleno de caminos a las montañas alpinas.



Primero fue la decisión de tirarme en paracaídas o en parapente. Quería hacer algo extremo, de eso que llaman turismo de aventura y tuve muchas ganas de escalar la Vía Ferrata del lugar, pero no me atreví, así que pensé que el tirarse desde el aire sería más sencillo, ya que solo requiere un paso mientras que la Vía Ferrata se lleva dos o tres horas (y solo una para los más ágiles).

Y ¿esa con qué se come? (si no has escuchado de las Vía Ferratas), bueno, es una escalada en piedra de unos 350 metros de altura en donde uno va sujeto a la pared de la montaña, que es de roca, por medio de cables de acero y se debe avanzar por peldaños de hierro en forma de escaleras o simples estacas en la misma piedra. Hasta llegar a la cima, para luego bajar en un teleférico.

Espero algún atreverme. Mientras tanto, me incliné por el parapente ya que era de precio más económico que el paracaídas y el salto es más largo en duración, de unos (15) minutos en lugar de unos segundos.


Las vacas alpinas, testigos de tantas aventuras.
Casualmente la base de operaciones del parapente está cerca de la estación del teleférico y del inicio de la Vía Ferrata. Llegando al sitio, me presenté con mi piloto (Ruedi, el dueño de la empresa), el acompañante del salto (ya que se debe contar con licencia para hacerlo solo), quien me dio la información básica de lo que pasaría, nos pusimos el equipo al hombro y fuimos al teleférico.


Desde el teleférico que nos subió a Allmenalp.

Ascendimos de 1200 metros de altitud (o por ahí) a 1725, en cuestión de 5 minutos. Luego a caminar cuesta arriba con el equipo encima, una colina desde donde se hace el salto. Mi instructor cargaba el parapente y yo una mochila con lo que sería mi asiento y amarres con él.


A caminar un rato.
Estando en la colina, me dio instrucciones sobre el salto, lo principal era primero caminar, luego correr y que una vez que dejara de sentir tierra firme bajo mis pies... no me sentara o intentara hacerlo tratando de bajar mi cuerpo a posición de cuclillas, ya que no había forma de detenerse una vez en el aire y podríamos tener un accidente.



Lo que yo pensaba, solo se requiere un paso de valentía... que ya luego no hay nada que hacer, más que disfrutar el viaje.


Esperamos que el viento nos favoreciera y listos con el parapente extendido sobre el suelo, sujetos uno al otro, empezamos a avanzar cuesta abajo. Fueron tan solo unos segundos y dejé de sentir el suelo, intenté sentarme (tal como me habían advertido que no hiciera, jeje, ¡el miedo!) pero él me jaló de los hombros de mi mochila (debe tener mucha práctica, ya que debe pasar con frecuencia, supongo) y en cuestión de tres pasos más ya estábamos en el aire.




 Una vez arriba ya podía usar mi asiento (sujeto a mi mochila) para que la sensación de vacío fuera menos, o que mi inconsciente creyera que no iba a caerme o algo así. La cosa es que funciona.



La vista es impresionante como majestuosos los Alpes. Veía cercana la montaña que acabábamos de dejar a nuestras espaldas y muy distante las montañas de enfrente, el pueblo (que es pequeño) se apreciaba de principio a fin, veía el lago de Oeschinensee, que está unos 500 metros más arriba que el pueblo, y sus esplendorosas montañas alrededor. Veía más allá.



Selfie con mi piloto
Luego de unos cuantos gritos de adrenalina y júbilo, saqué mi cámara y con dedos temblorosos empecé a tomar fotos a 360° de vista. ¡Me encantó! ¡Hasta un par de selfies! Y un videíto:



En algún momento el piloto me preguntó si me gustaría dar vueltas y yo (que no me imaginaba la velocidad que implicaba) dije que sí... Y ¡grave error! Casi me vomito y le pedí parar. Luego me enteré que eso lo hacen para bajar más rápido.

Llegamos de regreso al área de la base y tocaba aterrizar. Era algo muy sencillo (y se veía fácil cuando otros lo hacían), nada más de poner los pies en la tierra y empezar a caminar. Bueno, eso intenté, pero apenas toqué el suelo me caí de rodillas, supongo que los mismos nervios me hicieron temblar y no poder sostener mi cuerpo. Pero una vez más mi instructor me jaló por los hombros y de un tirón me recuperó a seguir de pie. 

Caminamos algún trayecto mientras reducíamos la velocidad y el parapente caía al césped. Después me senté un rato para recuperarme un poco y mientras esperaba mi certificado del salto, ¡buenísimo!


Este parapente aterrizó después de mí.
Y ese fue el día en que me tiré en parapente en los Alpes Suizos. Toda una aventura extrema.